El síntoma aparece por la noche, trata
de no hacer ruido al entrar en mi cuarto
pero escucho sus huesos cariados
armarse contra mi desvelo.
Se sienta al borde de mi cama y habla
en el lenguaje de los animales extintos.
Su corazón, acompasado al mío,
late en un semitono más amargo.
Me enseña cómo lograr que rimen
las cosas inciertas y produce
un coloquio de termómetros.
Enciendo la lámpara: se rompe
la oscuridad de un lado al otro.
El síntoma estornuda en el envés del codo.
Toca el comienzo de mi vestido y el perfil
de las cosas enojadas. Yo lo desgloso lento
y a pesar de la luz. Y así pasan las horas,
la calavera rota de las horas.
Me explica al oído mi huella de carbono.
Mi sombra arde de fiebre,
mis manos germinan cientos de dedos
y me lastima el principio de las cosas.
El síntoma se disminuye
y duerme. Pensar que no supe nunca
que estaba ciega hasta que vi
al síntoma sentarse a un lado mío.
Nunca supe hasta ahora que me abriga
el aliento que exhalaron por la noche
mis ancestros dormidos. Hoy
soy epílogo, hoy soy carcasa. El hambre
apoya su mano fría contra mi vientre.
Entro y salgo de las habitaciones.
El síntoma está triste: le devuelvo la ruta
que había empezado a trazar con el meñique.
Mis cicatrices cambian de color cuando me toca.
Nadie cree que lo nuestro es sólo mío.
El síntoma pelea como una lámpara pelea
con la noche. Es un criador de ataúdes.
El síntoma crece si cierro los ojos, si trato
de seguir con vida. No es
nada del otro mundo. Es
el olor de un estanque rojo, el llanto
de una madre primeriza y me pide
que lo detenga porque podría caerse.
El síntoma es el padre de los peores animales.
Hoy tengo el síntoma. Hoy
el síntoma me tiene. Soy una incógnita
que el silencio despeja, una fruta
en la última hora de la tarde.
Este poema forma parte de Las fuerzas débiles, Vaso Roto, 2024. Del libro también es coautor Adalber Salas Hernández. Se reproduce con el permiso de la autora.
Imagen de portada: Anónimo, fantasía mármol en rojo, amarillo, verde, rosa y blanco, ca. 1850. Rijksmuseum